Noviembre 03, 2000

Fausto Biotecnológico

La biodiversidad en el mundo no está repartida equitativamente, aunque es la base de todos los sistemas naturales. Siete por ciento del planeta, coincidente con las áreas de bosques tropicales, alberga más de la mitad de la biodiversidad que se conoce en el mundo. México es uno de los países llamados megadiversos, ubicándose entre los cinco primeros lugares en diversidad de especies de fauna y flora, de bosques y otros ecosistemas. También es un centro privilegiado de origen y diversidad de especies cultivadas.

La mayor diversidad cultural del planeta está en las mismas zonas. No es casualidad. Es causalidad. Durante miles de años ha existido una relación de apoyo mutuo entre la diversidad biológica y la diversidad cultural. Millones de indígenas y campesinos han ido adaptando y adaptándose al medio, a través del uso y la domesticación de recursos biológicos para su sustento: alimentación, vivienda, abrigo, medicinas, objetos rituales y para el placer ético y estético. La diversidad no es un fenómeno separado de la gente. Tiene actores: son los campesinos –y fundamentalmente las campesinas-, los agricultores de pequeña escala, las poblaciones locales tradicionales e indígenas.

Aunque severamente amenazado, este no es un proceso pasado, es un proceso en curso, a través del manejo tradicional de sistemas silvestres, de la domesticación de semillas agrícolas y otras, de las que todavía dependen directamente una cuarta parte de la humanidad. Es además la base de toda la agricultura y la medicina moderna, hecho que ha debido afirmar, por ejemplo, la FAO, a través de los llamados “Derechos de los Agricultores”, que es un reconocimiento del legado que han hecho los campesinos durante toda la historia para disponibilizar cultivos para el sustento de toda la humanidad. Y la Convención de Diversidad Biológica de Naciones Unidas, que en su artículo 8j afirma que se debe “respetar, preservar y mantener el conocimiento, la innovación y las prácticas de las comunidades indígenas y locales que entrañan estilos de vida que tradicionales…” porque ese es el mejor sistema de mantener la biodiversidad.

Este proceso de custodia y creación de biodiversidad es por naturaleza colectivo –no solamente comunitario- y ha estado basado en el flujo libre del conocimiento, y por supuesto, en la posibilidad de esas culturas de vivir como tales, con acceso a la tierra y territorio, a los recursos y a practicar las formas de vida que le dan identidad.

Luego de más de diez mil años de este proceso, en un lapso increíblemente breve de la historia de la humanidad –el “minuto” histórico de la agricultura industrial primero y el “segundo” histórico de la biotecnología después- se quiere instalar como parte de la “normalidad” que el conocimiento generado en esos cortos períodos y que se basa en todo el proceso colectivo anterior, puede ser fragmentado, aislado, identificado individualmente, y por tanto patentado, apropiado por una empresa y puesto a la venta al mejor postor.

Eso es lo que implica la bioprospección en sus condiciones actuales.

El encuadre global es el proceso vertiginoso de concentración empresarial de un puñado cada vez más reducido de megaempresas dedicadas a las aplicaciones biotecnológicas de la farmacéutica y la agricultura que dominan el mercado mundial; la desigualdad crónica y estructural de negociación de países como México en ese mismo mercado, y la ausencia de regulaciones nacionales e internacionales efectivas que protejan el uso público y sustentable de los recursos genéticos y los derechos indígenas y campesinos, frente a la apropiación monopólica y a la erosión cultural que significa introducir patentes a la vida.

Que México tenga esta enorme riqueza no lo saca de ese encuadre. Por el contrario, podría ser una nueva reposición de los sucesivos despojos desde la Conquista, con el agravante que ahora ni siquiera es necesario llevarse materialmente los recursos –se puede lograr el mismo efecto a través del patentamiento, a partir de simples muestras.

Antes de “comprar” la bioprospección como un método de conservación de la biodiversidad o cómo fuente generadora de ingresos de las comunidades rurales e indígenas, es necesaria una seria evaluación por parte de toda la sociedad y particularmente de parte de esas mismas comunidades, de todo este contexto y sus consecuencias.

De lo contrario se está negociando con el diablo en su propio terreno. Fausto no hizo su contrato con el diablo solamente por interés privado. También pensaba en el bien público. Entre sus muchos proyectos estaba el de una agricultura intensiva para alimentar a los pobres. Pero después las cosas le salieron bastante mal. Hoy en día, Goethe podría haber hecho de su personaje un bioprospector.

 

Silvia Ribeiro

Publicado en La Jornada, México, 4 de noviembre del 2000