Tierra y alimentos sanos: una lucha para todos

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Silvia Ribeiro*

Por muchas razones, el MST, Movimiento de los trabajadores rurales Sin Tierra de Brasil, es uno de los movimientos sociales más notables de América Latina. Ha cambiado la realidad de millones de desposeídos en su país, además de tener una fuerte presencia en las disputas del discurso político-social de Brasil y haber inspirado a muchos otros movimientos en el planeta.

En sus 30 años de lucha y construcción, el MST consiguió arrancar al latifundio 6 millones de hectáreas de tierra, donde estableció asentamientos para 350 mil familias, un millón y medio de personas. Tiene otras 100 mil familias ocupando tierras o acampados al borde de carreteras, en demanda de tierras. Las luchas, ocupaciones y campamentos no son ni han sido fáciles, son años de vivir bajo tiendas de lona negra, muchas veces con represión violenta, por la que han sufrido decenas de asesinatos de sus miembros a manos de latifundistas y sus pistoleros, de policía militar y hasta milicias contratadas por trasnacionales, como el caso de Syngenta, responsable del asesinato del compañero Keno en Paraná. A contrapelo y como parte esencial de su lucha, en cada uno de esos campamentos de ocupación y aunque provisorios, el MST ha instalado escuela, guardería infantil y formación de adultos, además de permanentes asambleas. En cada asentamiento legalizado construyeron escuelas primarias y hay en el movimiento 50 centros de enseñanza media y técnica superior, además de haber logrado un programa especial para educación universitaria de los jóvenes de los asentamientos, que varios miles ya han cursado. Entre muchos otros aspectos y realizaciones de este movimiento multifacético, que también es miembro fundador de La Vía Campesina internacional.

En su VI Congreso, realizado en Brasilia del 10 al 14 de febrero con 16 mil delegadas y delegados de todo el país y cientos de aliados internacionales, el MST se enfocó en denunciar los impactos del milagro brasilero y en plantear que la producción de alimentos no es tema de campesinos, sino de todos, que exige una reforma agraria popular. Movimiento siempre en movimiento, anunciaron también una campaña por la reforma profunda del sistema político, para terminar con la compra de políticos por parte de grandes intereses privados y trasnacionales.

Con múltiples testimonios de expertos y militantes, el congreso del MST mostró que el avance vertiginoso de las trasnacionales de los agronegocios, particularmente favorecido por los gobiernos neo-desarrollistas de Lula y Rousseff, significó expulsión de campesinos e indígenas de sus tierras y la cuasi parálisis de la entrega de tierras para reforma agraria, además de provocar una enorme deforestación paralela a la instalación de mega monocultivos de soya y maíz transgénico, caña de azúcar y eucalipto, con aumento brutal de uso de agrotóxicos, devastación de suelos, agua, biodiversidad y áreas naturales. Todas producciones controladas por trasnacionales para exportación, mientras crecía la importación de comida para la población. Las mayores ganancias fueron para Monsanto, Cargill, Nestlé y otras trasnacionales del sistema agroalimentario. Que la mitad de la población brasilera reciba subsidios del gobierno para alimentarse es bueno para que no mueran de hambre, pero no los hace sustentables y definitivamente no es soberanía alimentaria.

Este modelo de agronegocios, junto a la crisis y la búsqueda permanente del capital financiero de nuevos mercados, como los mercados de carbono, servicios ambientales y programas como REDD en bosques y agricultura, ha significado un aumento de la disputa de territorios y agua, contra campesinos, indígenas, comunidades quilombolas y locales.

Como explica el MST, su principal demanda histórica, la reforma agraria, no es una demanda revolucionaria. Es exigir que se cumpla lo que marca la constitución brasileña, que es desapropiar al latifundio improductivo y entregar tierra a los campesinos sin tierra. Pero, denuncian, en Brasil nunca ha habido reforma agraria: cada pedazo de tierra, cada asentamiento, cada desapropiación, ha sido arrancada al gobierno y los latifundistas con lucha, ocupaciones y protestas.

Ahora que cada rincón de tierra es objeto de codicia de empresarios, sea para monocultivos, para megaproyectos de minería, represas, caminos y otras infraestructuras necesarias al modelo, y que lo que no se tala o devasta puede ser potencialmente vendido al mercado especulativo de carbono y servicios ambientales, para el gobierno no queda latifundio improductivo para los campesinos sin tierra.

Ante estas falacias, el MST lanza la propuesta y desafío de luchar y construir una Reforma Agraria Popular. Ya no sólo contra el latifundio, también contra las trasnacionales y el capital financiero. Porque la producción de alimentos, sanos, suficientes y soberanos, y la reforma agraria que ello implica, es tema de todo el pueblo, no sólo de campesinos y campesinas. A sus demandas históricas por tierra, y la lucha contra agrotóxicos y transgénicos, enfatizan ahora la construcción de producción agroecológica, agroindustrias cooperativas locales, la defensa de la biodiversidad y la diversidad cultural, el cuidado y control de las semillas. Invitan y desafían a todos los movimientos sociales, del campo, trabajadores, ambientalistas, organizaciones políticas críticas, a sumarse a esta nueva etapa de resistencia y construcción.

Ante el mito ampliamente difundido de que necesitamos a las trasnacionales y sus transgénicos para alimentar el mundo, la trayectoria del MST es un fuerte testimonio de lo contrario, que coloca un tema fundamental e ineludible: en todas partes, las luchas campesinas y su empecinada reivindicación del derecho a ser campesinos, son esenciales para la sobrevivencia de todos y la del planeta.

*Investigadora del Grupo ETC

Publicado en La Jornada, México, 22 de febrero de 2014