OGMs de México a Zambia: La Gran Contencion

El año que jugamos con fuego

Hace trece meses, la industria agrobiotecnológica despertó en medio de una pesadilla. Acababa de reportarse que la contaminación transgénica, ilegal e inesperada, había pegado justo en el centro de origen del maíz en México. No existe nunca un buen momento para una calamidad ecológica y política, pero este era de los peores: los asediados Gigantes Genéticos trataban aún de persuadir a los consumidores que pasada la debacle de los tacos (con maíz Starlink), las empresas podrían controlar sus invenciones y sus inventarios. Las empresas también abrigaban la esperanza de torcerle el brazo a los ministros de la Unión Europea para que levantaran la moratoria de transgénicos en Europa. De pronto, los escándalos de contaminación dominaban los titulares. Para empeorar las cosas, el año se perfilaba como el Año de las Cumbres —la pobreza, el hambre y la contaminación reaparecerían en sucesivas reuniones diplomáticas: la Cumbre de Monterrey sobre Financiamiento para el Desarrollo en marzo; el décimo aniversario de la Convención sobre Diversidad Biológica en abril, otra Cumbre Mundial sobre Alimentación en junio; todas calentando el ambiente para “la madre de todas las cumbres”: la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sustentable en Sudáfrica en septiembre. Para las corporaciones (apoyadas agresivamente por Estados Unidos) la cuestión era: ¿cómo salir victoriosos de los maratones intergubernamentales cargando la contaminación transgénica a sus espaldas? Trece meses después, la pregunta para los gobiernos, las agencias internacionales y la sociedad civil es: ¿cómo hicieron los Gigantes Genéticos para agacharse y esquivar los golpes, abrirse paso en todos esos foros y terminar el año culpando y vilipendiando a los gobiernos de los países del sur de África (ubicados a medio mundo de distancia de la “escena del crimen”) por rechazar las semillas transgénicas?

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