Crónica de un desastre climático anunciado

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Silvia Ribeiro*

El cambio climático existe y es grave. Cifras más o menos, todos los análisis convergen: para evitar que el planeta se siga calentando con impactos devastadores urge reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), consecuencia del sistema de producción y consumo con combustibles fósiles como petróleo, gas y carbón. Los rubros que más GEI emiten son extracción y generación de energía, sistema alimentario agro-industrial –incluida deforestación y cambio de uso de suelo–, construcción y transportes.

Sin embargo, las reducciones necesarias y cómo garantizar que los principales responsables (países y empresas) dejen de contaminar el clima de todos y minar el futuro de nuestras hijas e hijos, no está en la agenda del próximo encuentro mundial sobre el clima que se realizará en París el próximo diciembre.

En su lugar, la 21 Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) que se reunirá las dos primeras semanas de diciembre prevé condonar un sistema de acciones voluntarias, llamadas contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional (CPDN o INDC, por sus siglas en inglés) sin compromisos vinculantes ni real supervisión internacional, legitimando nuevas falsas soluciones y peligrosas tecnologías. De paso terminarán de enterrar el proceso multilateral de negociaciones para enfrentar esta crisis global.

El precedente de este próximo acuerdo-no acuerdo (se trata de legalizar que cada país haga lo que quiera) fue el Protocolo de Kyoto, un acuerdo internacional vinculante que estableció que los principales países emisores, responsables de la mayoría de GEI, redujeran en 5 por ciento sus emisiones por debajo del nivel de 1990. El total de emisiones era entonces 38 giga toneladas equivalentes de dióxido de carbono anuales (equivalentes porque hay otros gases de efecto invernadero). Estados Unidos, principal emisor histórico y segundo actual, nunca firmó el Protocolo de Kyoto y siguió aumentando sus emisiones. Al 2010, las emisiones globales, en lugar de bajar, habían aumentado a 50 giga toneladas anuales. En ese año, China pasó a ser el primer emisor, ahora con 23 por ciento del total, seguido de Estados Unidos (EU) con 15.5 por ciento. Pero acumulado, EU es responsable de 27 por ciento de emisiones desde 1850. Con 5 por ciento de la población mundial, usa 25 por ciento de la energía global y sus emisiones de GEI per cápita son más de mil 100 toneladas por persona mientras en China son de 85 toneladas por persona. Cabe notar que el desarrollo actual de China sigue el mismo modelo destructivo de producción y consumo industrial, con crecientes brechas de desigualdad interna.

Esta nueva realidad de emisiones de países emergentes afirmó a los principales emisores históricos a exigir que todos debían reducir –aunque ellos no lo habían hecho nunca. Bloquearon una nueva etapa del Protocolo de Kyoto y aprovecharon para minar el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas que había sido un pilar de la CMNUCC.

Investigadora del Grupo ETC

Publicado en La Jornada, México, 14 de noviembre de 2015

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