Febrero 11, 2010

Los secuestradores del planeta desde arriba, llaman a una gobernanza desde abajo

Es necesario oponerse a los geoingenieros que buscan autoregularse

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Si bien la mayoría de los científicos salieron de la cumbre de Copenhague sobre el clima sintiéndose frustrados, un pequeño grupo de defensores de la geoingeniería emergió gustoso por el débil resultado de la reunión y por la incertidumbre del rumbo a seguir. Estos científicos buscan proseguir con la investigación y la experimentación de las controvertidas tecnologías de geoingeniería. Están especialmente excitados por el “manejo de radiación solar” (SRM, por sus siglas en inglés), una forma de enfriar al planeta reflejando una parte de los rayos solares de vuelta hacia el espacio exterior, mediante una variedad de técnicas que van desde colocar pantallas en el espacio, a los aerosoles de sulfato o el blanqueamiento de nubes. Estos esquemas de alto riesgo de alteración planetaria inciden en el calentamiento global sin cambiar su origen, que es el exceso de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

La geoingeniería como Plan B ante la crisis del clima se presenta con hábil mercadotecnia: debates de alto nivel patrocinados por grupos prestigiosos, montones de artículos revisados por pares aparecieron en enero en las publicaciones científicas; y una alineación de políticos llenos de pánico en los países del norte aceptando nerviosamente todo dicho de los científicos a favor de la investigación y desarrollo de la  geoingeniería como Plan B.(1) “Esta ofensiva en el cabildeo de la geoingeniería lleva más de un año, pero ahora está en una fase crítica. El mundo necesita poner atención”, dice Diana Bronson del Grupo ETC, una organización que vigila el desarrollo tecnológico, con sede en Canadá. “Los geoingenieros defienden ahora experimentos en el campo de algunas de las tecnologías más arriesgadas para enfrentar el cambio climático y al parecer no esperan que haya acuerdo internacional para su regulación. Los gobiernos necesitan decirles que no tienen el derecho a rediseñar el planeta. No podemos confiar en los países industrializados, que ocasionaron en primer lugar el problema del calentamiento global, para que unilateralmente intenten remedios tecnológicos que ni de lejos tendrán un impacto equitativo.

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